Recuerdo de tus ronroneos de capitana pirata
Venía silbando bajito, pateando piedras y esquivando las líneas de las baldosas, y me acordé de vos, ahí estabas, escondida en una esquina, abajo de una piedra. A veces te recuerdo. Recuerdo tardes de sentarnos en los alféizares de los locales, hablando por horas que se hacían demasiado cortas, demasiado rápidas, como si algún ser resentido (“el mal que siempre existió”) apurara las manecillas del reloj. Recuerdo el banco de la plaza, ese que tenía sueños de banco mediocre, y que vos, a pesar de él, abordaste con fiereza y convertiste en banco especial. Recuerdo descubrimientos propios y ajenos, sensaciones nuevas, ganas compartidas con ganas. Recuerdo cruzarme en serio con el extrañarte, batallarlo con toda la fuerza de mi orgullo, y caer rendido igual, de rodillas, entregado. Recuerdo esas nubes con caras, que encontrábamos de reojo, caras que nos miraban con envidia. Recuerdo tu cara, con tus ojos, y tu lunar. Recuerdo lo bien que calzaba tu orej